Cuando Ana era pequeña iba a visitar a su abuela. La casa estaba construida encima de un viejo cementerio, donde existía una tumba de una chica que se había tirado a en un pozo. Si se quedaba en su casa, dormía en la habitación de la abuela, porque se oían ruidos raros. La abuela le decía que eran ratas en la despensa. Pero cuando Ana fue creciendo se dio cuenta que no podían ser ratas porque los ruidos se oían muy fuertes y la despensa estaba muy lejos. Cuando la abuela murió la casa se la quedó un tío de ella.
Él decía que no necesitaba despertador porque todas, todas las mañanas alguien lo llamaban por su nombre y le tocaba para que se levantara. Pero nunca, nunca veía quien era.
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